30/7/08

UNA VISITA AL MBARRY MARKET

Ayer me toco vivir una experiencia pletórica, cuasi surreal, que fue visitar el Mbarry Market de Harare.

En la zona sur de la ciudad se encuentra este mercado de artículos para la construcción. Una suerte de corralón pero en una versión africana de lo mas particular.

En un área en el que la influencia de ZANU-PF (el partido de Mugabe) es muy alta, donde se divisan viviendas al mejor estilo FoNaVi, monoblocks con departamentos minúsculos (conocidos como single-men apartments), mucha decadencia y paupérrimos niveles de seguridad, está emplazado este... bueno, no sé bien cómo llamarlo.... este reducto de comercio.

Al llegar, el auto MSF me dejó en el ingreso y me dispuse a buscar a "my man" ahí. Un negro gigante llamado Benjamin, de mas de 1.90, con larguísimos dredlocks y una camiseta con la cara del camrade Robert.

Por suerte tenía un punto de referencia, alguien a quien acudir, porque no es lugar para deambular sin rumbo mientras decenas de personas se te abalanzan ofreciéndote cosas, preguntándote que buscas y acechos de otros tipos.

Al dar con el susodicho, éste me llevó hasta su stand. Un pequeño escritorio tapizado con baratijas de todo tipo. Un sinfín de caños, juntas, tornillos y lo que a uno se le ocurra en ese rubro. Todo sucio y oxidado, sin orden ni registro alguno.

Pegado a este puesto, había otro que vendía lo mismo, y otro, y otro... así por metros y metros, todos con sus vendedores merodeándolos.

Todo esto sobre un piso de tierra, al aire libre, que tiene como corolario una suerte de depósito donde, por lo que pude entender, cada puesto tiene un espacio para guardar su mercadería.

Si bien esto así no resulta particularmente llamativo, el aspecto de la gente y su forma de desenvolverse lo hacen mas que exótico.

Centenares de zimbabwenses yendo de acá para allá, ruido de martillos y soldadoras, gente enderezando chapas, arreglando clavos y tuercas, tratando de vender cosas que en el mundo occidental serian incomprables....

Todos productos de dudosa proveniencia, en su mayoría robados de las viejas factorías blancas ya liquidadas por el gobierno o reciclados de algunas construcciones que pasaron a mejor vida. Todo viejo, roto, sucio, oxidado....

Me pregunto qué era lo que necesitaba y le dije que buscaba unos conectores para un tanque de agua de 2 pulgadas a media, con hembra de los dos lados, para poner unas canillas (que, alguno creyó acaso que mi trabajo tenia glamour ?), y unos clavos para cielorraso de hierro de una pulgada. En ese momento llegó un secuaz suyo, y al escuchar lo de los clavos fue inmediatamente a buscarlos. Simultáneamente, él fue a por los conectores.

Al quedar ahí solo, no pude menos que husmear en el stand vecino, cuya vendedora también había escuchado qué era lo que necesitaba, y poco tardo en acercarme clavos (no eran los ideales, porque eran de 30mm, pero también servían). Le pregunté cuánto costaban y me dijo que 500 mil millones (unos 5 dólares con la tasa de cambio de la calle) el kilo. Le dije q si se los compraba le iba a pagar en dólares, y que le daba 20 por los 5kg que necesitaba, pero que antes tenía que esperar a ver qué me pedía el otro y que se lo iba a comprar al mejor oferente.

Fue ahí cuando llegó el secuaz con los clavos, y me dijo que quería 1.8 trillions (trillions en inglés, en castellano son billones, en números son doce ceros). Le dije que en el stand de al lado me habían pedido 500 y ahí empezó la negociación.

El decía que lo que los otros ofrecían era menos de un kilo por paquete, a lo que le dije que indudablemente estaba en lo cierto, pero que igual no iba a pagarle 3 veces y media mas... cuando se dio cuenta de que no podía igualar el precio pretendido, me dijo que procediera a comprárselos al vecino. Y así fue, le di veinte forex (la forma local de llamar a los dólares, porque la moneda de aquí se llama zimbabwean dollar, y para todo el mundo es dollar simplemente) y me quedé con mis mugrosas 5 bolsas de clavos.

En el interín llego Benjamin con los conectores, que no eran los indicados pero tenían un adaptador en la punta para que se convirtieran, mágicamente, en ellos...

Y otra vez a negociar. Que dame 50, que ni loco te pago 10 dólares por cada uno, que si, que no... a la larga le terminé pagando 6 dólares por pieza y por 30 me los lleve, pero me dijo que el precio no le satisfacía y que quedaba debiéndole 10 mas.

Le dije que no había problema y que cuando fuera a verlo el logista de Harare se los iba a dar.

Mientras me iba, seguía mirando a la gente, que hacía, cómo pasaba su tiempo. Algunos charlaban y se reían como hienas, otros jugaban a las damas (bueno, o algo parecido con unas tapitas de cerveza sobre un tablero en damero, en el que los cuadritos eran casi imaginaros porque la pintura de alguna vez había dejado de estar allí), otros no hacían nada o simplemente miraban a la gente, a los potenciales compradores, otros fumaban. Y muchos corrían, de acá para allá, buscando algún adminículo que satisficiera las necesidades de un cliente.

Sin dudas esto estaba bien lejos de los cánones occidentales del comercio.

La primera pregunta que me surgió fue si esta gente tenía noción de la existencia de un mundo mas allá de sus confines personales. Y la otra, si es que todo el mito de la soberanía que les inculcan día a día, para sostener un sistema político que se cae a pedazos, tiene algún significado real en sus cabezas o si simplemente odian a los ingleses porque representan ese otro weberiano que, por definición, tiene que ser enemigo.

De lo que estoy seguro es que antes de que se construyera este mito de una nación propia, una tierra gobernada pro africanos, acá se vivía mejor. Los nuevos dictadores no sólo son igualmente terribles con su gente, sino que además son mucho mas ineficientes en términos económicos.

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